La economía rusa enfrenta una inflación sin precedentes impulsada por la guerra
La economía rusa atraviesa una tempestad inédita. Mientras que el resto del mundo observa fluctuaciones controladas, Rusia se enfrenta a una inflación exponencial, reflejo de un modelo económico completamente volcado hacia la guerra. Los precios explotan, el mercado laboral se contrae y las tensiones sociales se intensifican. Esta situación, lejos de ser insignificante, interroga sobre el futuro económico del país.
Una espiral inflacionista alimentada por la guerra
Los precios de bienes esenciales, como la mantequilla, las carnes y las cebollas, han aumentado un 25 % en solo un año, según datos oficiales. Frente a este aumento, algunas grandes superficies se han visto obligadas a bloquear productos básicos para evitar robos, una escena que se ha vuelto viral en las redes sociales rusas. Con una tasa de inflación que ronda el 10 %, muy por encima de las previsiones del banco central, el Kremlin ve su economía tambalear bajo las presiones de una política monetaria y fiscal centrada en el esfuerzo bélico. De hecho, Alexandra Prokopenko, analista del Carnegie Russia Eurasia Center, explica: «Los precios están aumentando debido a la guerra. La demanda en la economía está orientada hacia gastos poco productivos, mientras que los salarios aumentan para compensar una escasez de mano de obra».
Esta escasez se debe en gran parte a la movilización militar masiva. El gobierno destina miles de millones a la industria de defensa, lo que provoca un aumento de salarios en este sector y obliga a las demás industrias a incrementar los suyos para atraer a los trabajadores no movilizados. Esta dinámica crea un círculo vicioso, donde el aumento de salarios alimenta la inflación, lo que obliga a las empresas a trasladar estos costos a los precios de sus productos. En reacción, el banco central ha elevado su tasa de interés a un nivel récord del 21 %, un esfuerzo applaudido, pero considerado débil por muchos economistas que prevén una presión inflacionaria creciente en los próximos meses.
Las fracturas sociales y los límites de un modelo económico
Si bien algunos se benefician de esta economía de guerra, como los trabajadores de la industria militar o los soldados, una gran parte de la población sufre. Los profesores, los médicos y los jubilados son los más expuestos. Así, sus ingresos permanecen estancados, lo que no les permite seguir el ritmo frenético del aumento de precios. Paralelamente, las regiones rurales y periféricas, históricamente menos favorecidas, tienen dificultades para absorber estos choques económicos, con las desigualdades entre las grandes metrópolis y el resto del país. Prokopenko precisa que esta crisis ilumina sobre «un crecimiento sin desarrollo», donde el dinero circula, pero sin mejoras en las infraestructuras ni en los servicios públicos.
Las perspectivas son igualmente mixtas. Mientras que la población activa continúa disminuyendo, con una previsión de reducción a 142 millones de habitantes para 2030 según las Naciones Unidas, Rusia deberá encontrar soluciones para hacer frente a una mano de obra envejecida y escasa. El uso tradicional de trabajadores de Asia central está comprometido por un aumento del sentimiento xenófobo y una competencia creciente con otras regiones como el Medio Oriente y Corea del Sur. Finalmente, las sanciones internacionales, aunque evitables a corto plazo gracias a circuitos paralelos, amenazan a largo plazo la estabilidad de sectores estratégicos como la energía.
La economía rusa, sostenida por unos ingresos petroleros y un modelo temporalmente adaptado a la guerra, sigue siendo sorprendentemente resiliente. Sin embargo, esta resiliencia podría colapsar bajo el peso de desequilibrios estructurales y decisiones económicas arriesgadas. Si las sanciones internacionales, una caída en los precios de las materias primas o una desaceleración de la demanda china se intensifican, el futuro de Rusia se volverá aún más incierto. La verdadera prueba vendrá con el fin de la guerra, cuando se trate de reorientar la economía, gestionar el regreso de los soldados y reconstruir un equilibrio social tambaleante.
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Diplômé de Sciences Po Toulouse et titulaire d'une certification consultant blockchain délivrée par Alyra, j'ai rejoint l'aventure Cointribune en 2019. Convaincu du potentiel de la blockchain pour transformer de nombreux secteurs de l'économie, j'ai pris l'engagement de sensibiliser et d'informer le grand public sur cet écosystème en constante évolution. Mon objectif est de permettre à chacun de mieux comprendre la blockchain et de saisir les opportunités qu'elle offre. Je m'efforce chaque jour de fournir une analyse objective de l'actualité, de décrypter les tendances du marché, de relayer les dernières innovations technologiques et de mettre en perspective les enjeux économiques et sociétaux de cette révolution en marche.
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