La economía china vacila entre la stagnación y el declive, lo que revela fallas estructurales duraderas. En diciembre, el índice de precios al consumo solo aumentó un 0,1 % interanual, lo que confirma una presión deflacionaria que se intensifica a pesar de los repetidos intentos del gobierno por reactivar el crecimiento. La caída de los precios de los alimentos (-0,5 %) y de los bienes de consumo (-0,2 %) ilustra la falta de dinamismo de la demanda interna, mientras que los hogares se mantienen cautelosos y las empresas dudan en invertir. Así, la crisis inmobiliaria, unida a la ineficacia de las medidas de estímulo anteriores, alimenta las incertidumbres. Este desaceleración va más allá de una fase cíclica. Cuestiona la resiliencia del modelo económico chino y sus perspectivas a corto plazo.