La inflación en la Eurozona cae, pero la incertidumbre persiste
La cifra ha hecho saltar a los mercados: la inflación en la zona euro se ha establecido en 2,4 % en febrero, según Eurostat. Una ligera disminución, ciertamente, pero suficiente para reavivar el debate sobre los próximos movimientos del Banco Central Europeo (BCE). Entre un optimismo prudente y nubes geopolíticas, el euro se tambalea sobre una cuerda floja. Detrás de estos porcentajes se esconden realidades contrastantes: energía en declive, servicios persistentes y una Alemania que resiste. Análisis de un paisaje económico en tonos de gris.
La inflación bajo la lupa: entre desinflación y resistencias
A primera vista, las cifras de febrero respiran alivio. La inflación global retrocede (2,4 % frente a 2,5 % en enero), y el núcleo del índice —sin energía y alimentos— se relaja al 2,6 %. Mejor aún: los servicios, a menudo señalados por su inercia, muestran una desaceleración al 3,7 %. Una señal de que los aumentos de tarifas en la hotelería o en el ocio comienzan a digerir los choques post-pandemia. En el mercado, Europa supera a Wall Street.
Sin embargo, el diablo está en los detalles. La energía, cuyos precios han prácticamente permanecido estables (+0,2 %), oculta una fragilidad estructural. «Las tensiones geopolíticas podrían voltear la mesa», enfatiza Bert Colijn, economista en ING.
Un embargo, una huelga de transportes, y el barril volvería a dispararse. En cuanto a los alimentos, su inflación se mantiene tenaz por encima del 2 %, recordando que la cesta de la compra sigue bajo presión.
En el fondo, persiste una pregunta: ¿es esta desinflación sostenible? Para Jack Allen-Reynolds (Capital Economics), la tendencia ya está en marcha. Los servicios, según él, llevarán el núcleo del índice a la baja para finales de 2024.
Pero la Eurozona navega a vista. Entre Francia (0,9 % de inflación en febrero) y Alemania (2,8 %), las diferencias recuerdan que la moneda única sigue siendo un mosaico de realidades económicas.
Si bien las estadísticas esbozan un escenario optimista, el BCE se enfrenta a un dilema cornéliano: continuar con las bajadas de tipos para impulsar el crecimiento… sin despertar la inflación dormida.
El BCE en la cuerda floja: ¿hasta dónde bajar los tipos?
El próximo jueves, el BCE debería anunciar una sexta bajada de tipos desde junio de 2024. Una decisión casi rutinaria, pero que oculta un debate mucho más áspero. Porque en Fráncfort, los gobernadores están divididos: algunos abogan por una caída rápida, otros temen un regreso de la llama inflacionaria. «La pregunta ya no es si bajamos, sino hasta dónde», resume Bert Colijn.
Los mercados escudriñan cada palabra de los comunicados del BCE, en busca de pistas sobre el «tipo terminal». Un equilibrio delicado.
Por un lado, un euro débil —posible consecuencia de tasas bajas— podría impulsar las exportaciones. Por otro lado, podría encarecer las importaciones, alimentando la inflación. Sin contar la espada de Damocles trumpiana: derechos de aduana sobre los productos europeos tendrían el efecto de un impuesto indirecto sobre los consumidores locales.
En el fondo, la credibilidad del BCE también está en juego. Tras haber subestimado la inflación post-Covid, la institución busca evitar un nuevo fiasco. Las actas de su última reunión reflejan esta prudencia: aunque la inflación converge hacia el 2 %, los riesgos —energía, tensiones comerciales— permanecen «asimétricos». En otras palabras, es mejor guardar una bala en la recámara en caso de tormenta.
Pero para Robert Kiyosaki, el futuro pertenece al bitcoin, mientras que la moneda fiduciaria no es, según él, más que un gran engaño.
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Fascinado por bitcoin desde 2017, Evariste no ha dejado de investigar el tema. Si bien su interés inicial era el trading, ahora trata de comprender activamente todos los avances centrados en las criptomonedas. Como editor, se esfuerza por proporcionar constantemente un trabajo de alta calidad que refleje el estado del sector en su conjunto.
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