La economía china se estanca ante el temor a la deflación

La economía china vacila entre la estanflación y el declive, lo que revela fallas estructurales duraderas. En diciembre, el índice de precios al consumo solo avanzó un 0,1 % en comparación con el año anterior, lo que confirma una presión deflacionista que se intensifica a pesar de los intentos repetidos del gobierno para relanzar el crecimiento. La caída de los precios de los alimentos (-0,5 %) y de los bienes de consumo (-0,2 %) ilustra la falta de dinamismo de la demanda interna, mientras los hogares siguen siendo cautelosos y las empresas dudan en invertir. Así, la crisis inmobiliaria, sumada a la ineficacia de las anteriores medidas de estímulo, alimenta las incertidumbres. Esta desaceleración va más allá de una fase cíclica. Cuestiona la resiliencia del modelo económico chino y sus perspectivas a corto plazo.

Una inflación estancada y la amenaza de una desaceleración prolongada

El año 2024 terminó con un tono sombrío para la economía china, marcada por una inflación casi inexistente. En diciembre, el índice de precios al consumo solo aumentó un 0,1 % en comparación con el año anterior, después de un magro avance del 0,2 % en noviembre, según la Oficina Nacional de Estadísticas (BNS). Esta estancación refleja un agotamiento de la demanda interna, particularmente visible en el sector alimentario, donde los precios han retrocedido un -0,5 %, y en los bienes de consumo, que han bajado un -0,2 %. «La presión deflacionista persiste», constata Zhiwei Zhang, economista jefe de Pinpoint Asset Management. Añade que la dinámica actual no es suficiente para revertir la tendencia.

Este debilitamiento de los precios se enmarca en un contexto de fragilidad económica. Desde hace varios meses, China lucha por deshacerse del espectro de la deflación, consecuencia de un consumo estancado y de un clima de incertidumbre que pesa sobre las inversiones. Durante todo el año, la inflación promedio se limitó al 0,2 %, un nivel históricamente bajo que aumenta las preocupaciones. Este fenómeno va más allá de una simple desaceleración de los precios. Amenaza directamente el crecimiento del país. Una deflación prolongada reduce los márgenes de las empresas, frena el consumo y agrava la carga de las deudas a través del aumento de su valor real. Tal configuración recuerda la trampa deflacionista de Japón en la década de 1990, período durante el cual el archipiélago se hundió en un crecimiento aton y una espiral de caída de precios.

Medidas de estímulo insuficientes ante las incertidumbres económicas

Confrontado a indicadores económicos críticos, Pekín ha intensificado sus esfuerzos para frenar la desaceleración. El gobierno ha adoptado una serie de medidas, entre las que se incluyen reducciones en las tasas de interés, flexibilizaciones para la compra de viviendas y un aumento de los límites de deuda de los gobiernos locales. El objetivo es claro: estimular el consumo y fomentar la inversión. Sin embargo, estas iniciativas luchan por producir los efectos esperados. Los hogares siguen siendo cautelosos ante la incertidumbre económica y las empresas todavía dudan en invertir. La demanda interna sigue siendo frágil, lo que frena la recuperación.

Frente a esta inercia, Pekín ha anunciado una política fiscal «aún más activa» para 2025, y confía en un aumento del gasto público y un incremento del déficit fiscal. Esta estrategia busca apoyar la economía mediante la compensación de la debilidad del consumo privado. Sin embargo, su eficacia genera interrogantes. Muchos economistas opinan que sería necesaria una reactivación más enfocada, especialmente en favor de los hogares, para iniciar un verdadero repunte. La idea de una estimulación directa del poder adquisitivo se ha mencionado desde hace tiempo, pero Pekín sigue reacio a adoptar este tipo de medidas.

Algunas previsiones económicas no abogan por un regreso rápido al crecimiento. El Fondo Monetario Internacional (FMI) anticipa un crecimiento del PIB chino limitado al 4,8 % en 2024, seguido de una desaceleración al 4,5 % en 2025. Si estas estimaciones se confirman, China podría entrar en una fase prolongada de crecimiento débil, un escenario que pondría a prueba la solidez de su modelo económico. A esto se añade la crisis agravada del sector inmobiliario, un pilar esencial de la actividad, cuya recuperación tarda en materializarse. Para Pekín, el desafío ahora es encontrar un mecanismo de estímulo creíble sin comprometer aún más sus equilibrios presupuestarios y financieros.

China se encuentra en una encrucijada decisiva. A pesar de las medidas de estímulo ambiciosas, la demanda interna sigue siendo frágil y el crecimiento lucha por despegar. La efectividad de la política fiscal anunciada para 2025 sigue siendo incierta, mientras las proyecciones económicas sugieren un agotamiento duradero. Si Pekín no logra restaurar la confianza de los hogares y las empresas, la segunda potencia mundial podría sumergirse en una prolongada estancación, lo que amenazaría su modelo de desarrollo y su influencia económica global.